16:30 El que guarda halla… en el trastero |
‘El que guarda halla… en el trastero’ Desde que llegué como párroco a San Martín me encontré con una parroquia con mucha tradición y tradiciones y con un templo que necesitaba urgentemente consolidación y limpieza. Gracias a que fue declarado monumento nacional en1931y, posteriormente Bien de Interés Cultural (BIC), hemos podido contar con la gerencia y las subvenciones del Estado, o sea, de la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, bajo el control artístico y técnico de la Fundación Santa María la Real y el apoyo financiero de la Fundación Iberdrola. La cosa empezó con la reparación de la bóveda que está junto a la puerta del Obispo o de los Pobres; años atrás se habían desprendido algunas piedras y había peligro de derrumbe. La cosa era preocupante, pero se tardaron meses en lograr los permisos municipales para montar el andamio y los ordenadores y pantallas de presentación de la iniciativa Románico Atlántico, mientras que la consolidación de la bóveda ocupó a dos obreros especializados durante dos días escasos; una pequeña muestra de la paciencia necesaria para abordar las restauraciones con todas las de la ley… y la burocracia. La crisis existencial del santo Job debió de durar bastante menos. La segunda fase de restauración del templo fue muy importante, pero muy poco vistosa, de modo que los feligreses se quejaban de que las obras no avanzaban porque no las veían. Razón tenían porque desde dentro de la iglesia no se veía el recentramiento de los empujes que debía salvar toda la arquitectura y el arte de San Martín ni tampoco la magnífica restauración de los tejados, adjudicada en el concurso público a la empresa Riesco. Restauración que ha permitido asegurar que esta iglesia que amenazaba derrumbarse, pues se venía abriendo y combándose sus muros desde el siglo XII, ha quedado liberada de la sentencia de muerte que caía irremisiblemente sobre ella a cincuenta o sesenta años vista. La tercera fase de la restauración, la más lucida y vistosa, comenzó con el estudio arqueológico para averiguar si García de Quiñones, en el siglo XVIII, había chapodado la decoración románica porque le caía fatal o si, llevado por el sentido del ahorro, pues es más fácil rellenar que romper, los había conservado a la par que los ocultaba. Sea como fuere el caso es que se han limpiado los capiteles y los sepulcros y se ha limpiado y repintado la bóveda central y se han instalado unas ventanas modernas, con tejido aislante de hilo de titanio incluido, ventanas y óculo que sirven, además de para iluminar con una bonita luz tamizada y cálida, para conservar el poco calor que el obsoleto sistema de calefacción proporciona y que habría que modernizar más pronto que tarde. En cuanto al sistema de iluminación eléctrica es evidente que ha mejorado, aunque nos ha traído muchos disgustos por la falta de solvencia técnica del electricista contratado por la empresa adjudicataria de la restauración interior y que, justo es reconocerlo, ha realizado un trabajo que luce bastante y esperamos que sea duradero, al menos hasta la madurez de la próxima generación de feligreses. Quizá en otro artículo tendríamos que reflexionar sobre el impacto espiritual de estas obras combinado con la desgracia de la pandemia, que han alejado a los feligreses del templo porque no se podía acudir, bien fuera por las obras o por los decretos gubernamentales que nos obligaban a permanecer en casa durante la pandemia o, en todo caso, a no reunirnos más de veinticinco personas, incluidos el cura y los sacristanes. Pero ya va siendo hora de explicar el titular de este artículo: “El que guarda halla… en el trastero”. Sucede que, ocupados por el seguimiento de las múltiples obras, no había posibilidad real de preocuparse de otras cosas que sabíamos o sospechábamos que la iglesia de San Martín ocultaba. El Equipo de Fe y Arte, paralizado durante los últimos años por la pandemia, realizó con la ayuda de un dron, un magnífico video sobre la iglesia de San Martín que se titula “Tesoro escondido”, refiriéndose a la iglesia de San Martín, escondida por la imposibilidad, durante decenios, de abordar una restauración a fondo, rodeado además como está el templo por casas habitadas o pisos turísticos, convirtieron esta iglesia en una gran desconocida pero llena de sorpresas que han ido viendo la luz sin prisa pero con pausa, parafraseando la famosa frase del que fue primer Presidente del Gobierno de la Transición, Don Adolfo Suarez. Ese video y los estudios realizados por los miembros del equipo de Fe y Arte que fueron su base, fue el aldabonazo que los feligreses y párrocos, Poli Díaz y yo mismo, pudimos dar para resaltar el valor espiritual, histórico y artístico que permanecía escondido para muchos feligreses y para la mayoría de los conciudadanos y turistas. Y digo que es el que podíamos dar porque la parroquia no tenía posibilidades económicas para abordar la necesaria restauración, recuperación y embellecimiento. Tal vez por la dificultad de la parroquia y de la diócesis para afrontar la hercúlea tarea de la restauración, el templo de San Martín fue declarado primero Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931 y Bien de Interés Cultural (BIC) en la actualidad. La falta de recursos no impedía la curiosidad de feligreses y párrocos que nos llevaron a descubrir peculiaridades de la iglesia, como por ejemplo las pinturas de principios del siglo XX que adornan o maltratan el interior de los ábsides accesibles detrás del retablo principal, o el reloj de torre, heredero de otros que tuvo la iglesia desde el siglo XV ó XVI, o los trasteros de la iglesia. Hay que recordar que hace quince años la iglesia parecía toda ella un verdadero trastero por la omnipresencia de sillas, mesas, sillones y material escolar y catequético que atiborraban (Diccionario de la RAE, 3ª acepción: atiborrar: atestar de algo un lugar, especialmente de cosas inútiles) varias estancias: capilla de los mártires, sacristía, coro, trasera del retablo mayor, el propio presbiterio, salpicado de muebles más o menos útiles, pero excesivos en número… y el arcosolio que está debajo del coro y que durante años veíamos malamente tapiado y cerrado a cal y ladrillo, con una puerta reciclada de alguna obra y cerrada con un candado enorme del que nadie sabía dónde estaba la llave. Pues señor, entre la segunda y la tercera obra de restauración del templo tuvimos el pálpito de abrir el trastero del arcosolio a ver qué contenía o si eran más zaleos inútiles para desescombrarlo. Después de probar todas las llaves que aparecían en los altos y bajos fondos de la sacristía, fuimos incapaces de abrir el candado. En ese momento le pregunté a Daniel, marido de Charo y buen “manitas”: “Oye Dani tú tienes una cizalla ¿no? ¿Podías traerla a ver si somos capaces de abrir el arcosolio?” Otra vez a aguantar la frustración de no saber qué había allí… A la par le pedimos a Chuchi, albañil de la Alberca, que inspecciona y cuida mensualmente nuestros tejados, que estuviera presente para ver qué hacíamos con la pared que cerraba el arcosolio, una vez roto el candado y abierta la feísima puerta. Nos dimos cuenta enseguida de que no merecía la pena mantener el cerramiento, hecho con ladrillos reciclados, sino que merecía la pena vaciar y limpiar el arcosolio donde con toda probabilidad estuvo instalada la pila bautismal… ¿la actual u otra más antigua? Pero eso eran imaginaciones nuestras, porque una vez retirados los ladrillos y el escombro, sin dañar la tarima de madera del templo, lo que quedó ante nuestros ojos eran dos conjuntos de cosas: a la derecha, hasta el techo, alfombras viejas, sucias, rotas e incluso algunas de ellas podridas. A la izquierda, parcialmente ocultas por las alfombras viejas, amontonadas, había varias cajas grandes repletas de papeles, que resultaron ser materiales de catequesis allí arrumbados desde los decenios anteriores. Poli, minuciosamente, separó tres ejemplares de cada folio para el archivo parroquial y los demás fueron al contenedor de papel reciclado. Pero a lo que vamos: decepcionado por aquellas alfombras, agarré la que estaba más arriba y tiré con fuerza de ella, pues aparentaba pesar mucho y además estaba semienrollada en otras “compañeras”. “¡Sorpresa!!” Grité. “Ahora, por favor, vamos a sacar las alfombras con suavidad y cuidado”. Y es que, casi pegada al techo de la esquina derecha del fondo del arcosolio, apareció la coronación de las andas procesionales de la Cofradía del Santísimo. “¡Ojo, que esto puede ser importante!” Con suavidad y sin prisa, difiriendo la resolución de la curiosidad acumulada, fuimos retirando las pobres alfombras y terminaron apareciendo las andas procesionales eucarísticas que ahora todos podemos contemplar y admirar y soñar con darles un uso litúrgico, que es para lo que fueron encargadas y hechas. Tengo para mí que nuestros antepasados no mandaron las andas al trastero por las buenas, sino que viendo lo dañadas que estaban por las múltiples procesiones en las que habían participado, decidieron guardarlas para conservarlas en el tapiado arcosolio y, andando el tiempo, reaprovecharon el trastero del arcosolio para arrumbar allí zaleos diversos, de modo que las andas cayeron en el olvido y a mí, como párroco nuevo, no se me dijo nada de su existencia. Dice el refrán que “el que tuvo, retuvo” y era evidente que esas andas retenían y conservaban la belleza y el impulso espiritual con que habían sido encargadas: proporción, armonía, buena labor de los carpinteros y plateros que las trabajaron. Lo que no era tan evidente era la categoría de los materiales empleados, pues la madera estaba golpeada, su policromía dañada, aunque todavía perceptible y la plata tan golpeada, abollada y sucia, que a algunos les pareció que, al menos una parte del metal empleado, era humilde estaño. Y no, era plata. Inmediatamente nos pusimos en contacto con D. Tomás Gil, responsable del Servicio diocesano de Patrimonio y con el Doctor D. Eduardo Azofra, especialista precisamente en la escuela salmantina de platería antigua, quien nos corroboró que, a pesar de la suciedad acumulada en el tiempo, la pieza era de madera policromada y plata, con añadidos de piedras semipreciosas y coronada por un ramo de flores que no parecía ser el original, sino uno más sencillo y más moderno. El Dr. Eduardo Azofra nos informó, para situar en su tiempo las andas procesionales de San Martín, de que se conservan tres magníficas andas procesionales eucarísticas, salidas de los talleres de platería salmantina durante el Barroco, datadas desde finales del Siglo XVII hasta las primeras décadas del Siglo XVIII: las de la Colegiata de Santa María, de Toro, realizadas por el platero Juan de Figueroa en 1685, las que podemos admirar en la iglesia de Santa María la Mayor de Ledesma, labradas en 1719 por Francisco de Ágreda a semejanza de las de la Cofradía de San Antonio de Salamanca y muy bien restauradas en 2019 y las de la catedral de Salamanca, de Manuel García Crespo hacia 1728, a partir de una traza de Alberto de Churriguera. En su día existieron otras cuatro andas eucarísticas, como diera a conocer el profesor Manuel Pérez Hernández, pero que no se han conservado: las de la iglesia de San Lorenzo de Valladolid, y en Salamanca las del Monasterio de Nuestra Señora de la Vega –obra de Francisco de Villarroel, las de la Cofradía de San Eloy y las de la Cofradía de San Antonio. Y ahora cito literalmente al Dr. Azofra en su escrito de presentación de la Campaña pro restauración de las Andas procesionales eucarísticas de San Martín, cuyo presupuesto ascendía a 7.245 €, IVA incluido: “A este destacado conjunto de andas procesionales fruto de la platería salmantina barroca, labradas en plata repujada sobre alma de madera, deben sumarse también las existentes en la iglesia de San Martín de Salamanca, que si bien se encuentran –se encontraban en el momento de su hallazgo- en mal estado de conservación son de gran interés; interés y calidad que, sin duda, aumentará considerablemente en caso de llevarse a cabo una oportuna y necesaria restauración. Responden a la tipología habitual de las salidas de los talleres salmantinos. Así, sobre un basamento cuadrangular de 110 cm de lado, se eleva el templete que, apoyado en cuatro columnas corintias de fuste estriado y tercio inferior marcado y animado con motivos curvilíneos, está destinado a cobijar la custodia. El coronamiento está compuesto a base de cuatro tornapuntas que, partiendo de los ángulos, de las esquinas, confluyen en el centro, donde una peana sirve de soporte a un ramillete floral que quizás no sea el original y que se eleva por encima de los dos metros de altura. Esperamos que la restauración que se lleve a cabo y el correspondiente trabajo de investigación ayuden a sacar a la luz la autoría de esta inestimable pieza.” Fin de la cita. ¿Cómo hacer frente al presupuesto de restauración? “Dios aprieta, pero no ahoga”. En los Ejercicios Espirituales de 2019 intenté seguir las meditaciones y los ratos de oración, y los seguí, pero se me impuso otro proyecto que intenté compatibilizar con los Ejercicios: el relato de mi experiencia de la superación –provisional- de mi enfermedad hematológica. Poco a poco, con bolígrafo y papel fui redactando capítulos que, con el tiempo y durante el obligado enclaustramiento de la pandemia Covid-19, fui revisando, actualizando y redactando otros nuevos que, en conjunto, con el Prólogo de mi hematóloga Dra. Belén Vidriales Vicente y los epílogos de los compañeros sacerdotes Fernando García Herrero y Policarpo Díaz, dieron como resultado mi libro “Linfoma de Células del Manto –LCM- con amor y humor”, presentado en San Martín en junio de 2022 con la iglesia llena de feligreses, familiares y amigos. Las donaciones recibidas por el libro o inducidas por él, han sido la fuente principal de financiación para abordar esta restauración y, a la par, enviar un buen donativo a la Asociación Pyfano, que apoya a los niños con cáncer y a sus familias. Llegados a este punto es conveniente resaltar a las protagonistas de la restauración de estas andas procesionales eucarísticas: la restauradora especialista en madera Alejandra (Sandra) del Barrio Luna y las hermanas Sol y Carmen Meneses, que llevan ahora la empresa familiar Plata Meneses, en Segovia, empresa especializada en objetos actuales de plata –domésticos o litúrgicos-, como en la restauración de piezas históricas, como era nuestro caso. Fue una gozada asistir al proceso de restauración de la madera de las andas, que se llevó a cabo en la sacristía de San Martín. Sandra es muy eficiente en la tarea y sabe mucho; aparentemente trabaja con serenidad, cuidado y pausa, pero en cuanto te vas a tomar un café o celebras la misa, a la vuelta, las cuatro tornapuntas están desmontadas y colocadas para su análisis y posterior intervención. Lástima que no pude visitar su trabajo en el retablo de Yecla de Yeltes. Muchas gracias, Sandra. A las hermanas Meneses las vimos poco, solo tres veces: dos cuando vinieron a recoger la pieza, recién restaurada por Sandra en su estructura de madera para llevársela a su taller en Segovia y el final viaje de vuelta para colocar las andas, provisionalmente, en la Capilla del Socorro de la iglesia de La Purísima, donde suele celebrarse la misa los días de diario, en la que lucieron esplendorosas durante muchos meses, primero porque en San Martín había obras y luego mientras esperábamos durante casi un año el presupuesto para el acristalamiento del arcosolio donde fueron encontradas y donde ahora pueden ser contempladas con una buena iluminación que preparó Juli, jefe de Cromalux. Cristalerías Aguilar hicieron el acristalamiento lidiando no poco con la caprichosas formas del arcosolio, que prometía, aparentemente, tener una geometría perfecta. No pudimos resistir la tentación de hacer una visita a Segovia. La razón, que no excusa, fue que, muy avanzada ya la restauración de la plata, las hermanas Meneses querían que tomáramos una decisión sobre la fase final. Después de ver el trabajo realizado hasta el momento y de discutir sobre el remate, nos dejamos aconsejar por ellas y creo que el resultado es positivo y está a la vista. Aprovecharon nuestra estancia allí para mostrarnos el taller, catálogos antiguos donde se ofrecía a los posibles clientes ejemplos de magníficas piezas que embellecen catedrales, iglesias y hogares de toda España. El complejo familiar integra perfectamente el taller y deja espacio hasta para una casita construida en la copa de uno de los árboles del patio-jardín, donde los niños de la familia han podido ilusionarse y vivir aventuras y donde, ya adultos, pueden volver a la infancia siquiera por un momento para hacer verdad aquello de que “si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (cf. Mt 18). El viaje a Segovia fue organizado por Tomás y Juan Andrés, mis párrocos, pues no en vano El Nombre de María es mi parroquia de referencia, donde fui ordenado presbítero, hace demasiados años, por D. Mauro Rubio Repullés, obispo y mi padre había sido Presidente dela Junta Parroquial, en amable pelea ideológica con Heliodoro Morales, nuestro primer párroco. Juan Andrés mostró en el viaje todas las habilidades de conducción aprendidas en el manejo de la maquinaria agrícola de su familia y que hacen de él un magnífico conductor, además de un gran párroco y ahora un arcipreste que promete. Entre uno y otro, en esa fraternidad sacerdotal largamente vivida, tenemos además garantía para un buen consejo en materia de cuidado e interpretación del Patrimonio artístico. Y ahora queda lo más importante: no estamos en el Siglo XVIII, siglo en que las andas brillaron doblemente, por la luz de la custodia y la del Sol, que irisaba la plata en las procesiones del Domingo del Señor por la Plaza Mayor y aledaños. Los feligreses han tenido demasiado tiempo cerrado el templo como consecuencia del colapso de la pandemia del Covid-19 y de las múltiples obras necesarias para asegurar el futuro del templo y que han llevado a no pocos a pensar, equivocadamente, que la iglesia estaba cerrada al culto. Nos queda todo el siglo XXI por delante para afrontar el reto de la nueva evangelización mientras se respeta y se disfruta del arte y la historia acumulados durante más de ocho siglos y que siempre han estado y deben seguir estando al servicio de la evangelización y de la vida pastoral, tan cambiantes a lo largo y ancho del tiempo. Antonio Matilla, párroco in solidum con Jorge García, moderator.
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