La cofradía de la Vera Cruz está celebrando la Novena Extraordinaria con motivo del centenario de la imagen de la Inmaculada. Nuestro párroco D. Antonio Matilla participó el pasado sábado 22 de octubre en la celebración de la novena. Hoy comparte con nosotros el texto de la meditación que hizo ante la imagen de la Inmaculada de la Vera Cruz.
Ante tu imagen, Madre Inmaculada, venimos a intentar cumplir el mandato de tu Hijo en las Bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”.
Te confesamos, Madre, que a veces nos cuesta entender lo que tu Hijo nos pide. Por eso hoy pedimos tu ayuda.
¿Puedes ayudarnos? Creemos que sí, porque tú, Hija de Sion, después de cientos de años sin que el Pueblo de Dios pudiera escuchar la voz clara y fuerte de un profeta, tú abriste el oído para escuchar a Gabriel, o sea, escuchar directamente a Dios.
Tú, Madre de los pobres, tampoco entendiste a la primera lo que Gabriel, de parte de Dios te decía. Por eso, sin cortarte, con sencillez todavía de niña, le preguntaste: ¿Y cómo será eso, pues no conozco varón?
Esta sencillez tuya nos tranquiliza mucho cuando a nosotros también nos cuesta escuchar a Dios porque estamos saturados de ruidos, o porque “estamos en otra onda”. Admiramos tu silencio en lo hondo de tu cuevita de Nazaret, apenas salpicado por el crepitar de la leña que arde en la lumbre de la cocina. El balar de las ovejas y los corderitos y las cabras de tus padres, Ana y Joaquín, no te estorban para escuchar a Gabriel; al contrario, sirven de marco sonoro para que el aparente Silencio de Dios te sea perfectamente audible.
Madre querida, dicen ahora los psicólogos infantiles que, ya desde el seno materno, los proyectos de bebé escuchan y se tranquilizan, o se estimulan, o llegan a estresarse, dependiendo de las vivencias de la mamá que los lleva en su seno.
Un momento estresante para el pequeño pececito que empezaba a crecer en tu útero debió ser el largo viaje a pie que emprendiste, más de cien kilómetros, para visitar a tu añosa prima Isabel. Pero al parecer supiste contrarrestar ese estrés emitiendo hacia él constantemente, hacia tu todavía pequeñísimo hijo, lo que los físicos y los médicos ahora llaman ondas alfa, que provienen de tu cerebro y de tu corazón. Ondas positivas que emitías, sin darte cuenta, mientras contemplabas las grandes y las pequeñas maravillas de la Creación de Dios, como solo puede hacerse en un viaje hecho a ritmo humano, caminando.
El embrión Jesús, o Emmanuel, que esos dos nombres tenía ya reservados por el arcángel y por su padre, José, que también había escuchado y respondido que sí al ángel en sus sueños, pero también despierto. Jesús iba creciendo tranquilo dentro de ti, inducido por la confianza que inundaba tu pecho y te llevaba, casi sin querer, pero queriendo, a alegrarte en el Espíritu de Dios, tu Salvador, que ha hecho muy bien todas las cosas, y las lagartijas, y las flores y los pájaros que se espantaban nerviosos a tu paso, porque todavía no te conocían… ¡Si ellos hubieran sabido..! Y también ha hecho muy bien a José, que el pobre ha tenido que quedarse trabajando y le añoro mucho.
Sí, Madre Inmaculada, tu te atreviste a encarnar a Dios, a darle carne y sangre y estructuras de vida humana. Y Él, con apenas tres meses de gestación, y Tú, con la colaboración de la contagiosa alegría de Isabel hicisteis que Juan, unos meses mayor que Jesús, pero que todavía no tenía nombre, pues todos los familiares y amigos andaban discutiendo que si se llamaría Zacarías, como su mudo padre, o le pondrían otro nombre, pero que a nadie se le ocurrió del de Juan, el caso es que se puso a dar pataditas y a saltar de alegría en el vientre de mamá. Y saltó de alegría porque Dios estaba allí presente, igual que ahora, invisible pero encarnado. Encarnado entonces en tu seno y ahora en todos los pequeños y los pobres y los que sufren; encarnado, pero invisible; o mejor, solo visible a los ojos purificados de Simeón y de Ana, como visible lo sería desde el primer momento de su nacimiento a los ojos de los pastores, de los excluidos de entrar en el Templo porque alían a oveja y a cabra, o de los magos extranjeros, magos y extranjeros pero no tontos, pues se volvieron a su tierra por otro camino, y ganaron así tiempo para que José, María y Jesús… y el burro, escaparan en la noche.
Querida Madre. Hay una cosa que no acabamos de entender y que nos maravilla: ¿Cómo os las arreglasteis José y tú para embridar el miedo, la incertidumbre y la angustia siendo como erais tan jóvenes, cuando caísteis en la cuenta de que Herodes estaba matando a los inocentes porque no sabía dónde estabais? Tal vez Herodes no so encontró porque su propio pecado le cegó y pensó que un Rey poderoso, el Mesías, tenía que nacer en un Palacio y no en una cuevita reciclada como cuadra de ganado.
Además, el Poder de Dios se valió de la valentía, la determinación y la fuerza juvenil de José - ¡No sé por qué al pobre casi siempre lo representan como un venerable anciano! José lideró la escapada y, entre tú y él, con Jesús piel con piel, alimentándose de tu seno mientras caminabais de prisa en la noche, adelantándoos a la aurora pidiendo a Dios auxilio. Puede que aquel día la aurora se retrasara también un poco para daros más margen; o tal vez fue la nube negra del Sinaí, que opacó durante largo rato los rayos del Sol que, al igual que tu Hijo en las bodas de Caná, tenía que retrasar los rayos de su Luz porque todavía no era hora, no era Su hora.
Sea como fuere, horas después, con la nube negra protegiéndoos del ardiente Sol –que Dios tiene capacidad de incendiar los corazones sin que se lleguen a quemar, como la zarza de Moisés- horas después, digo, más tranquilos, mientras caminabais -¡Qué importante es el caminar en la oración cristiana!- , el Espíritu de Dios, que no había abandonado el interior de María en el parto del Hijo, sino que se había quedado dentro de Ti para siempre, os hizo recordar las palabras de los pastores y el canto de los ángeles… y ¿cómo no volveros a emocionar con los regalos de los Magos, tan misteriosos y significativos?
Oye, María, ¿no oyes que tu Hijo llora un poquito, tal vez cansado del camino? Ya veo que te has dado cuenta. ¿Qué hacer para tranquilizarlo? El cántico de Isabel te vino a la memoria… y lo transformaste en una nana: ¡Bendita tú entre las mujeres... y bendito el fruto de tu vientre! No te salió muy bien la primera vez, pero luego fuiste buscándole las vueltas y, cuando notabas que el niño se tranquilizaba, anotabas la música en tu corazón y la retenías, y se la volvías a repetir todavía con más amor.
Madre Inmaculada: a lo largo de este Curso que está empezando, ayúdanos a entrar en tu corazón y en tu mente y, sobre todo, ayúdanos a dejarnos querer por ti. Ahí tienes a tu hijo, te dijo Jesús en la Cruz. Acógenos como hijos, ayúdanos y ayuda a todos los que sufren.
Rezar 3 Avemarías
María, Madre de Gracia, madre de Piedad y de Misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos, ampáranos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...
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