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I Domingo de Cuaresma. 21 de febrero

Las lecturas de hoy son: Génesis 9, 8-15; Primera carta del apóstol san Pedro 3, 18-22; Evangelio según san Marcos 1, 12-15;

Encuentro en el desierto

“Volveos a mí de todo corazón”, escuchamos como un grito ansioso, al comenzar la Cuaresma el Miércoles de Ceniza. Es la intensa llamada de quien está siempre dispuesto a perdonar y desea regalarnos su perdón.

Y, al volvernos a Él, ¿qué es lo que encontramos? Un arco en el cielo, grande, bello, hecho de colores, luminoso, que atrae nuestra mirada y embelesa el corazón. Esta es la señal del compromiso (pacto, alianza, repite hasta cinco veces la primera lectura) de Dios con la humanidad, con todo lo que llena la tierra, y con la tierra misma. “Ningún diluvio ni desgracia alguna acabará con la vida sobre la tierra. Sufriréis negros nubarrones sobre vosotros, pero al final veréis y gozareis de mi arco de luz y color en el cielo, que es mi señal, mi mensaje de fidelidad con vosotros. Mi arco en cielo, señal de mi pacto con vosotros en la tierra”.

Hermoso pórtico de entrada al camino cuaresmal: la promesa de vida para la nueva humanidad, que nace de la gran catástrofe del diluvio. En las grandes pruebas de la humanidad y de cada hombre, Dios siempre se hace presente, con una renovada promesa de vida y de futuro.

Dios está con y por nosotros, a favor nuestro. Aunque haya fieras que nos acechen y amenacen, aunque suframos la tentación, aunque vivamos en el desierto, aunque nos veamos envueltos en la interminable pandemia, Él está y sus ángeles nos cuidan.

El evangelio de este domingo de Cuaresma nos conduce al desierto, acompañados y acompañando a Jesús. No es mal lugar el desierto, y está en los planes de Dios con nosotros. Allí nos lleva el Espíritu, como condujo al Señor. En él Dios se hace fuerte en favor nuestro. En el silencio, en la soledad, en la prueba, se nos revela su presencia.

También en la tentación, que es una oportunidad para el crecimiento interior. La tentación nos hace conscientes de que estamos vivos espiritualmente y que se nos llama al combate, a la confianza en Dios, a la decisión, a confirmar el seguimiento. En la tentación no estamos solos. Cierto que están las fieras salvajes, pero están los ángeles y el mismo Señor, para fortalecernos en la prueba y librarnos de la trampa del cazador.

La prueba decisiva de esta presencia de Dios en nuestras luchas es su propio Hijo, nuestro hermano y salvador, Él mismo tentado por nosotros y como nosotros. Tentado hasta el extremo, hasta el trance definitivo de su muerte, a la que se entregó para conducirnos a Dios y salvar incluso a los más rebeldes, como nos dice la carta de Pedro hoy.

En el camino cuaresmal al que Jesús nos ha invitado, hoy nos conduce al desierto de su mano. No rehusemos ir con Él, aunque experimentemos la crudeza de la prueba, lo extremo del combate, las oscuras fieras que hoy nos amenazan para robarnos la alegría y le esperanza. Su presencia nos consuela y fortalece, porque “no temáis, yo estoy con vosotros”.

Fernando García Herrero

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