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Jesús es flagelado y coronado de espinas

Nuestro amigo y colaborador Octavio C. Velasco comparte con nosotros esta reflexión publicada en CHRISTUS, la revista oficial de la Semana Santa de Salamanca (MMXV, edición XVI, época II).

 

“Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!" Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza”(Mateo 27, 27-30).

 

El hecho, humanamente hablando, estremece, sobrecoge e indigna. Desnudarlo en público supone humillarlo ante todos. Además, le ponen un manto de color púrpura (propio de cónsules, reyes, emperadores y sumos sacerdotes) a un desnudo, a un “sin nada”. Le ciñen una corona de dolor en la cabeza y, como cetro (símbolos de dignidad real), le ponen en la mano derecha una caña, para que empiece a reinar un don nadie. Luego se arrodillan y se burlan de tal majestad diciéndole: “Te saludo, rey de nada, rey de nadie”. Y la cosa no queda ahí, le escupen (con lo peor de la vida que sale de adentro), le quitan la caña, por si en la parodia hubiera alguna duda, y le golpean en la cabeza, para que le duela haber pretendido ser rey, siendo nada, siendo nadie. Es un rey casi de risa. ¿Se puede llegar a menos?

Ante tales humillaciones, la actitud de Jesús es de humildad (incluso aunque ante la muerte diga: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) pero, aún en ella y desde ella, se presiente, se ve venir su fracaso ante los hombres. Ya solo por correr esta injusta suerte nos enamora el alma y el corazón. Es otro inocente más, como tantos antes y después de Él, como tantos hoy, a los que la noche oscura sitúa en cualquier encrucijada de la vida, por buscar el pan, la paz, la justicia, la libertad o la vida digna de la mano del Evangelio de Jesús. Es otro fracasado más, como tantos antes y después de Él, como tantos hoy.

Pero Dios, el Dios de la historia, que también sentimos en el interior de nuestro ser, en sus infinitos poder y amor de Padre y Madre, lo resucita al tercer día y transforma su historia de fracaso y muerte en gloria y vida para siempre. Y la de todos los hombres y mujeres de todas las épocas y de todos los tiempos también. Lo creemos por la fe.

Entre tanto, cada persona, allá donde esté, habrá de buscar, cada día, una vida digna y feliz para todos y para sí, pero sin dejar de apuntar al horizonte de vida y de gloria que nos espera. Decididamente, este Jesús es mi rey. ¿Se puede llegar a más?

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