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Sexta noche. La luz, el pan, la flor.

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (Corintios 15, 55-57)

 

Durante el sexto encuentro del ciclo Noches de Pan y Luz recordamos a todos nuestros difuntos, los difuntos de la pandemia, con un sencillo homenaje a modo de ofrenda floral. Compartimos aquí la reflexión con la que comenzó este encuentro.

 

Lo más impactante, sin duda, de todo este tiempo de Pandemia, han sido las pérdidas humanas, las muertes. ¿Cuántas personas exactamente han muerto víctimas de esta pandemia? En España, las cifras se aproximan a 82.000 personas. De los cuales, 7.000 son castellanos y leoneses. ¿Cuántos de esos datos son salmantinos, paisanos nuestros? ¿1.000 personas, quizá más?, alguno menos?...

 

Las cifras son frías y descarnadas. Es preciso humanizar esas cifras y descubrir que detrás de cada número hay una persona, en medio de una familia y una comunidad. Y ese es el verdadero impacto.

Cuando le pones nombre a esas muertes: Transi, Julia, Carlina, Víctor, Antonio Pedro, Anselmo, Fructuoso, Adolfo, Luis, Avelina, Agustín, Martín, Lucía, Pepe, José…

Aquí es cuando descubres el verdadero impacto y la magnitud de la tragedia. Todas estas personas han sido miembros de sus familias: han sido hijos o padres; esposos o hermanos; abuelos o cuñados… En todo caso amigos muy queridos y muchos de ellos miembros vivos de la comunidad cristiana: activos, participantes, influyentes… Y su aportación ya no está. Y su presencia deja vacíos y huecos concretos. Y su marcha produce disminución y debilitamiento de la comunidad. Este es el mayor impacto, sin duda.

Transi -por ejemplo- se sentaba siempre en el mismo sitio en la iglesia. Ella siempre se esperaba al terminar la misa para preguntar, contar, hablar… al menos una vez a la semana. Antonio Pedro ha estado años tocando la armónica a la puerta de la Iglesia. La banda sonora de la vida de la parroquia estaba ligada a su armónica y a sus desafines. El silencio actual es reflejo del vacío por su marcha. Carlina siempre nos regalaba una sonrisa de complicidad. Anselmo no se perdía ni una sólo actividad pública. Y sí, uno por uno… Ya no están entre nosotros. Y eso pesa y se nota.

Este ejercicio revisado comunidad por comunidad, deja constancia de la magnitud de la pandemia. Ha habido comunidades religiosas, como las Camilas de Santa Marta o el Amor de Dios de Salamanca, que han despedido a muchísimas hermanas. Algunas residencias de mayores de la diócesis, regidas por instituciones religiosas han sufrido verdaderos estragos. Sin ir más lejos, en la residencia de la Diócesis de Salamanca, en la Casa de la Iglesia, han fallecido más de 10 personas.

Ha sido este un tiempo muy propicio, por la fuerza de los hechos, para reflexionar, pensar y leer sobre la muerte, sobre la Vida Eterna, sobre el Misterio Pascual… La lección ha sido clara: El Señor ha configurado a muchos hermanos con el misterio de la cruz y de la muerte, pero no han quedado arrojados al vacío existencial de la tiniebla y de la tierra fría, sino llamados a la Vida Eterna, configurados con Cristo Victorioso.

El ser humano de una sociedad avanzada, con un progreso científico y tecnológico jamás antes conocido, esta sociedad del bienestar, llena de recursos y de herramientas para casi todo, se ha visto “de pronto”, sorprendido por un virus. Un diminuto virus que ha sido capaz de frenar en seco al mundo entero. Un virus que no ha permitido que se celebren las Olimpiadas de Tokio, a pasar de que sus organizadores aseguraron —al principio— que nada impediría su celebración. Un virus que ha hecho quebrar la economía de los grandes imperios. Un virus que nos ha barrido a un número impresionante de personas de la generación que sobrevivieron a la guerra civil, a la posguerra, al franquismo, a la transición, a la crisis económica de principios de siglo… Esa generación de personas de una pieza, que lo han dado todo, en el momento final de sus vidas se han visto solas, ahogándose sin nadie a su lado en un hospital, en una residencia, en su casa.

Por eso, como cristianos hoy queremos afirmar nuestra fe en la Resurrección, activar nuestra esperanza en la Vida Eterna y rendir un emotivo gesto de gratitud a nuestros queridos difuntos.

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