Relato de Octavio C. Velasco
Siempre había pensado que no era posible. Pero lo fue. Acabó soñando con los últimos pensamientos que tuvo antes de caer rendido. O eso le pareció a él, al despertar. Pensó en la Navidad y en lo que trae consigo, y lo soñó.
Antes de dormirse, imaginó los siguientes días en el pueblo con sus amigos, sus tíos, sus primos y su abuelo, su querido abuelo. En esos instantes de la noche, al pensar en él, se entristeció. Fue una gran nube negra, una tristeza indescriptible que lo llenó por entero y lo desveló. Fue el salto del abuelo Fermín a la abuela Carmen, que había muerto varios años antes, cuando él era pequeño. No la recordaba bien, apenas era capaz de acordarse de su cara, le ponía la del retrato que su abuelo tenía en el comedor y que tanto apreciaba. Pero se sabía de memoria mil anécdotas de su vida juntos, que el abuelo le había contado. Sólo entonces, cuando hablaba de ella, el abuelo era feliz. Sólo. Era como si hubiera perdido la ilusión por la vida. Y, últimamente, se había convertido en alguien huraño. El abuelo había sido siempre muy pinturero, le gustaba arreglarse y ponerse guapo cada día, pero se había abandonado y ahora aparecía sucio, desgreñado y sin afeitar. Además, malcomía y hablaba solo, como si se hubiera creado un mundo aparte. En el pueblo habían comenzado a hablar mal de él. Si alguien se acercaba a su casa, lo despedía a voces y malhumorado. Se negaba a irse con alguno de sus hijos, que vivían y trabajaban en la ciudad, a bastantes kilómetros del pueblo.
La situación era insostenible y la tía Carmen y su padre ya habían discutido por el abuelo en varias ocasiones. Casi ni se hablaban. Y él lo sentía mucho porque estas riñas lo separaban de sus primos. Con todo lo que habían jugado juntos, cuando las familias se llevaban bien, con todo lo que se querían. Las discusiones de los padres los habían arrastrado a ellos, los primos, que habían tomado partido. Cada uno por los suyos. Y todo había quedado reducido a un triste whatsApp por el cumple de cada uno de los tres, y gracias. ¡Con lo que él quería a su primo mayor y a su prima pequeña! ¿Dónde se habían ido los juegos y las risas de antes?
Y todo porque su tía Carmen decía que no tenía sitio en casa para el abuelo, que no podía
...
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