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Libertad, derecho de la humanidad

Noches de Pan y Luz
Guion de la oración del 11 de agosto de 2022

Libertad, derecho de la humanidad

 

Introducción.

 

Canto: Luis Eduardo Aute. Rosas en el mar.

Escuchar la canción (será redirigido a YouTube).

 

Panorama del sufrimiento en el mundo a causa de la falta de libertad

 

Desgraciadamente hay multitud de escenarios en el planeta donde la libertad de los seres humanos está secuestrada y vejada. Son tantos los lugares en los que la ideología anula a la persona. Muchos son los espacios donde las ideas políticas, en vez de engrandecer y servir al hombre, lo aplastan y lo ningunean. Cuando la economía, la cultura, la ideología, la política, o cualquier otro factor está por encima de los derechos humanos, se pone en riesgo la misma humanidad.

Son tan numerosas estas situaciones que nos bastaría con consultar las noticias para encontrar alguno. ¿Cuántas guerras y conflictos armados se están liberando ahora mismo en el mundo? Ucrania, Siria, Yemen, Afganistán, Iraq, Etiopía, Libia, Mali, Mozambique, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur... ¿Cuántos niños son privados de su derecho a una infancia libre y protegida cuando son obligados a trabajar como esclavos o a servir como soldados? ¿Cuántas niñas y mujeres son privadas de su derecho de recibir una educación escolar en Afganistán? ¿Cuántas personas sufren opresión, persecución, falta de libertad de palabra en los países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia, Corea del Norte...? Podríamos orar por el fin de la violación de los derechos humanos en cualquier país del mundo.

 

Esta noche, en este encuentro de Noches de Pan y Luz en la Purísima escucharemos el testimonio de una familia de Cuba. Si estás participando en esta oración desde la distancia, te invitamos a centrarte en un caso concreto. Dedica un tiempo a consultar la página web de la Amnistía Internacional, un movimiento global presente en más de 150 países que trabaja para que sean reconocidos y respetados los derechos humanos. En la pestaña Actualidad escoge una noticia que te toque especialmente el corazón. Centra tu oración en las personas afectadas.

 

La situación humana

 

Salmo 143

Oh Señor, escucha mi oración,
presta oído a mis súplicas,
respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia;
y no entres en juicio con tu siervo,
porque no es justo delante de ti ningún viviente.
Pues el enemigo ha perseguido mi alma,
ha aplastado mi vida contra la tierra;
me ha hecho morar en lugares tenebrosos, como los que hace tiempo están muertos.
Y en mí languidece mi espíritu; mi corazón está consternado dentro de mí.

Me acuerdo de los días antiguos,
en todas tus obras medito,
reflexiono en la obra de tus manos.
A ti extiendo mis manos;
mi alma te anhela como la tierra sedienta.

Respóndeme pronto, oh Señor, porque mi espíritu desfallece;
no escondas de mí tu rostro,
para que no llegue yo a ser como los que descienden a la sepultura.
Por la mañana hazme oír tu misericordia,
porque en ti confío;
enséñame el camino por el que debo andar,
pues a ti elevo mi alma.
Líbrame de mis enemigos, oh Señor;
en ti me refugio.

Enséñame a hacer tu voluntad,
porque tú eres mi Dios;
tu buen Espíritu me guíe a tierra firme.
Por amor a tu nombre, Señor, vivifícame;
por tu justicia, saca mi alma de la angustia.
Y por tu misericordia, extirpa a mis enemigos,
y destruye a todos los que afligen mi alma;
pues yo soy tu siervo.

Silencio meditativo. Reflexionamos acerca del salmo.

 

Canto: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Escuchar la canción (será redirigido a YouTube).

 

¿Cómo reacciona Dios? ¿Cuánto le importa nuestro sufrimiento?

Lectura del libro del Éxodo (3,1-10)

 

Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza». Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy». Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado». Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios. El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel».

 

Vídeo: El Príncipe de Egipto. Libéranos.

Ver el vídeo (será redirigido a YouTube).

 

Palabra de la Iglesia

 

Han sido multitud los creyentes que, desde el principio de la historia de la Iglesia han dado un testimonio vivo del deseo liberador de Dios para su pueblo. De este modo, desde Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, hasta los profetas contemporáneos, -pasando por la multitud de santos y santas que se han consagrado a los pobres y a la lucha contra la pobreza; alimentados por la Palabra de Dios y por la sólida Doctrina Social de la Iglesia, nos han dejado un tesoro espiritual y pastoral impresionantemente bello y eficaz.

Es imposible dejar constancia de todos. Baste pronunciar aquí esta tarde, en este ambiente de oración, un texto de un santo, San Vicente de Paúl, creador, junto a Luisa de Marillac, de las Hijas de la Caridad. Aquí va este texto:

“Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores”

 

Canción: Hombres nuevos.

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