En un día de fiesta nos ponemos nuestra mejor ropa y nos adornamos con las más preciadas joyas. ¿Pero cuál es nuestra joya más importante? ¿Cuál es el verdadero tesoro que tenemos? Nosotros mismos. Cada uno somos el tesoro más valioso a los ojos de Dios, que como una madre cuida de nosotros y nos espera siempre. Cada uno somos parte de la hermosura de este mundo, como cada nota es parte de una hermosa canción, y es necesaria igual que las demás.
Durante el encuentro de ayer quisimos darnos cuenta de este amor infinito que Dios siente por cada uno de nosotros. El profeta Jeremías nos recordaba que a la vez que tesoro, somos barro en manos del alfarero que es Dios.
Somos barro, vasijas hechas de arcilla frágil. Somos limitados, pero también somos capaces de amar, y ahí está el milagro. Porque con ello somos capaces de todo: de vivir con pasión y con alegría; de anhelar, soñar y transformar las cosas; de convertir nuestra flaqueza en una fortaleza por ese amor que todo lo transforma…
Somos barro, sí, pero podemos ser reflejo del alfarero que hace de cada uno de nosotros una pieza única y magnífica. Somos barro, sí, pero barro enamorado... Para recordar esta reflexión nos llevamos un pequeño símbolo: un cuenco de cerámica. Pues, como dice san Pablo, llevamos este tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4,7).
A continuación se puede descargar el guion del encuentro en formato PDF.