Reflexión sobre las lecturas de este domingo por Jesús García Ormaechea, monitor de Biblia.
Lecturas: Exodo 20, 1-17; 1 Corintios 22-25; Juan 2, 13-25
En la primera lectura nos fijamos en un detalle importante y que aparece al principio “el Señor pronunció las siguientes palabras”. Los hebreos no dicen, como nosotros, «mandamientos», sino que prefieren decir «las diez palabras», para quitar toda idea de legalismo. Estas no son imposiciones más o menos arbitrarias, sino palabras de revelación, que iluminan el camino de hombres libres y con intención de permanecer así, respetuosos de los derechos tanto de Dios como de los hermanos.
En la segunda lectura Pablo rechaza de plano la eterna tentación del hombre, que ya desde los orígenes, pretende bastarse a sí mismo y prescindir de Dios como fuente de salvación. Para ello se sirve de la teología de la cruz en la que opone la sabiduría humana que no salva ni lleva a Dios a la misteriosa sabiduría de la cruz, que asume toda la debilidad, la angustia y la profundidad a la que ha llegado el amor de Dios, pero es también paradójicamente el camino de salvación que Dios ha abierto para el hombre.
No es difícil imaginar el escenario que nos relata el evangelista y que al tratarse de Juan es más bien un signo, lo dice expresamente el texto al final “al ver los signos que hacía”. Lo importante de este suceso es que nos permite descubrir que el gesto de Jesús no pretende suprimir la actividad de los comerciantes y cambistas, lo cual era legal en el funcionamiento del templo, sino para poner de manifiesto que Él mismo es el nuevo Templo. No se trataba de corregir abusos, ni de poner orden, ni de purificar, sino de sustituir. Para Jesús, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel lugar santo. No hay que olvidar tampoco que cada uno de nosotros somos también templo del Espíritu Santo y que por tanto se hace presente en cada persona que es capaz de reconocer a Jesús como Dios nuestro Señor, lo cual nos compromete, y no poco, en el trato que damos a todos aquellos que se cruzan en nuestras vidas.
Con Jesús se inicia un tiempo nuevo y otra forma de relación
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